21 de julio de 2009

ESPUMA DE MAR CAPÍTULO IV, CONTINUACIÓN

-¡Papá, papá! ¡Despierta! ¡Papá, por favor, levántate! -gritaba yo, asustada. Con fuerza le empujé por los hombros y, cuando estuvo boca arriba, pude observar cómo una sonrisa le curvaba los labios de oreja a oreja, aunque parecía todavía dormido o (no quería pensarlo) ¡MUERTO! Pero me parecía a mí, por las películas, que los muertos no se ríen jamás y eso me tranquilizó. Poco a poco empezó a abrir los ojos y, al verme, dejó de sonreír y se puso en pie de un salto.

-¡Clara, pequeña! ¿Estás bien?

-Creo que sí -respondí.

-No sé qué ha pasado. Te tenía cogida cuando, de repente. te has soltado y, luego... Ha sido todo tan extraño... Como si alguien tirase de mí hacia fuera, con cuidado, con mucho cuidado... Y... No sé... Era tan agradable...

-Como si te abrazasen...

-Exacto... Bueno, está visto que lo nuestro no es la navegación, hija mía. A partir de mañana, nos dedicamos a la pesca y desde la orilla. Anda, vámonos, que por hoy ya hemos tenido bastante.

Al llegar a casa Jacinta nos tenía preparadas un montón de suculencias pero nosotros, con el susto que llevábamos encima, picoteamos un poco y nos fuimos a acostar. A la pobre mujer le contamos por encima la “aventura”, para que entendiese nuestra desgana no como un desprecio, sino como el resultado de una indigestión de agua salada y ella, en su papel de protectora y poniendo unos ojos como platos, nos mandó a la cama con una taza de tila para cada uno.

No escuché el sonido del móvil y papá tampoco, porque tan pronto como nos metimos en la cama, caímos en una especie de limbo del que resucitamos al cabo de tres horas largas. Jacinta, que en vista de lo sucedido, aguardó a que despertáramos para asegurarse de que todo iba bien, nos contó que la “Señora” había llamado y se había quedado muy preocupada al enterarse de lo del “naufragio”.

-Pero, por Dios Jacinta, ¿cómo se le ha ocurrido contárselo? -dijo mi padre escandalizado.

-Pues verá, la “Señora” me preguntó dónde estaban y cuando le dije que durmiendo, se extrañó por la niña, porque a estas horas no es normal, dijo. Y yo le dije, hombre es que después del susto que hemos tenido... Y ella dijo...

-Mire, no me interesa lo que dijo y dijeron -respondió papá, sulfurado- Lo malo es que ella, que no ha llamado en tres meses, lo haya hecho precisamente hoy y que usted le haya contado lo sucedido y, encima, lo haya llamado “naufragio”.

-Es que es lo que ha sido, usted perdone -zanjó Jacinta, haciéndose la ofendida.

-Bueno, vale, vale. No discutamos más. A lo hecho, pecho. Y además... -mi padre no acabó la frase al oír que sonaba el teléfono. –Lo que me temía... ¿Sí?... ¿Diga?... ¿Cómo?... ¿Qué tú, qué?... Ah, no. Ni hablar... ¡Que no, coño, que te quedes donde estás!... -Papá se quedó mirando el teléfono, y luego a nosotras-. Ha colgado, la muy... Y lo que es peor, que se viene para aquí.

-¿Va a venir mamá?- pregunté, con el corazón encogido...

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