La llegada de mamá significó, en muchos aspectos, el fin de la tranquilidad que tanto nos había costado forjar a mi padre, a Jacinta y a mí. La mañana de aquel día comenzó a las ocho con una llamada telefónica. Mamá adoraba los móviles y no iba a ningún sitio, pero ninguno, y con eso entiéndanse los lugares más íntimos e inverosímiles, sin él. Y no lo llevaba como quien pasea un objeto necesario para ciertos momentos. No. Ella siempre estaba colgada del aparatejo, para bien o para mal.
Total, que a las ocho sonó el móvil de papá para anunciarnos que Lucy y ella habían llegado al pueblo y que nos esperaban en el Bar Paradiso para desayunar. Papá me miró poniendo los ojos en blanco. Yo decidí adoptar la postura “niña-boba-sorda-muda”, que era la que hasta el momento me funcionaba mejor en circunstancias como aquella. Y, después de lavarnos y asearnos, enfilamos en el coche hacia el pueblo.
Los pocos turistas que andaban a tan intempestivas horas por la calle, llevaban todavía las legañas colgando, aunque las escondiesen tras las enormes páginas de la prensa matutina. Mamá y su inseparable Lucy habían hecho colocar una mesa estratégicamente; o no conocía yo a mi madre, para visualizar hasta el más mínimo detalle lo que sucediese a diestro y siniestro de ellas, es decir, todo. Al vernos, mamá corrió hacia mi con los brazos abiertos, como la protagonista de Kramer contra Kramer después del juicio.
-Mi niña, mi pequeñita. ¿Estás bien? ¿Cómo te encuentras? ¿Habéis ido al médico? ¿Le han hecho un chequeo a fondo? No, claro, ni se te habrá ocurrido tal cosa -dijo, cambiando de dirección y dirigiéndose a mi padre-. Por supuesto ni se te habrá pasado por la imaginación que la niña pueda tener todavía agua en los pulmones, una intoxicación por algas o, qué sé yo, cualquier cosa peor...
-No dramatices, Ino, que la niña está mejor que nunca. Y lo de ayer no fue nada grave -respondió mi padre, dejándose caer en una de las sillas y frotándose los ojos mientras se quitaba las gafas de sol.
-¡Ja! ¡Nada grave dice! -soltó mamá, mirando a Lucy en busca de una complicidad que la otra le devolvió arqueando las pobladas cejas-. Mira, Andrés, tú y yo tenemos que hablar y muy seriamente...
-Todo lo que se podía hablar se habló en su momento -interrumpió papá. -La niña se queda conmigo y tú te vas a vivir con la bollera esta. Y no hay más que decir. El resto que lo decidan los abogados, que para eso cobran.
-¡Oye, guapo!. ¡A mí no me insultes! -dijo Lucy, levantándose y apartando la silla de un manotazo, mientras se enrollaba las mangas del largo blusón.
-Tú te callas, que a ti nadie te ha preguntado. Este es un asunto entre mi mujer y yo... -en ese momento papá se interrumpió. “Edelmar” cruzaba la calle en dirección a nosotros. Mamá se dio la vuelta y se la quedó mirando con los ojos y la boca abiertos como platos, mientras Lucy le daba un repaso de pies a cabeza. Ella, sin inmutarse, recogió su larga túnica blanca para subir la acera y se acercó a mí depositando un beso en mi mejilla. Me acarició la cabeza, como sólo ella sabía hacerlo y saludó a mi padre con la mirada, alejándose hacia la tienda con aquellos andares flotantes tan suyos.
-¡Ajá!... -dijo mi madre- ¿O sea, que era esto?...
-¿Esto, qué?... -respondió papá descolocado por un momento, porque “Edelmar”, a plena luz del día, resultaba espectacular, dicho sea de paso. Y su llegada, así como su actuación, habían sido dignas de un aplauso merecidísimo.
-¡Esto era lo que ayer te mantuvo alejado del cuidado y la atención que le debías prestar a tu hija! ¡Esto era lo que te atraía tanto en este pueblucho de mierda, cuando a ti nunca te ha gustado el mar! ¡Esto y no... -aquí su discurso fue interrumpió por el sonido del móvil que, además de la musiquita correspondiente, empezó a moverse por la mesa como un moscardón patas arriba-. Un momento... -dijo, mientras descolgaba y cruzaba la acera, asintiendo y cabeceando mientras hablaba.
Papá se alejó hacia el interior del local, ya refrigerado de buena mañana, mientras yo le seguía unos pasos atrás. Todo antes que sentarme al lado de Lucy. Me subí a un taburete, frente al de mi padre, y los dos nos quedamos mirando sin saber qué decir. Él habló primero.
-Lo siento, hija. Se nos han jodido las vacaciones.
-Pero ¿por qué, papá? -dije yo, que entendía la visita de mi madre y de Lucy como algo pasajero. Total, uno o dos días de broncas y luego a seguir tan ricamente los dos.
-Porque tu madre no se largará de aquí después de haber visto a “Edelmar”.
-Pero si ella no ha hecho nada.
-Ni yo tampoco, no te jode. Pero a tu madre ya no habrá quien le quite la idea de la cabeza. Que para eso trae refuerzos, con la foca esa pegada todo el santo día a su espalda como el caparazón de una tortuga Ninja.
-¿Puedo irme un ratito donde “Edelmar”? -pregunté, viendo que tal como pintaban las cosas el conflicto iba para largo.
-Sí, hija, si. Anda, vete. Que con uno que sufra ya es suficiente.
Al salir del bar distinguí a mi madre todavía enfrascada en conversación con el móvil. Lucy se giró al oír mis pasos, y ya parecía que iba a decirme algo, cuando yo me escabullí corriendo calle arriba hacia la tienda de mi amiga.
Esta vez no elegí el taburete que me tenía destinado. Me encaramé a sus rodillas y me abracé a ella, aspirando su aroma a mar, tan suave de buena mañana.
-Me gustaría que las cosas fuesen de otra manera –dije- Me gustaría que tú fueses... -Ella no me dejó continuar, poniendo uno de sus largos dedos sobre mis labios.
-Shst. Las cosas están bien tal como son. No quieras cambiarlas, mi niña. Nadie debe hacerlo.
-Pero es que yo estoy tan bien aquí, contigo. Y a papá le gustas mucho, lo sé.
-A mí también me gustáis mucho los dos. Pero dentro de unos días os marcharéis y yo deberé seguir aquí.
-¿Por qué? Puedes venirte con nosotros. Papá gana mucho dinero y tenemos un piso muy grande y yo...
-Mi lugar está aquí, Clara -concluyó, besándome la frente- ¿Quieres que leamos un rato?
-Vale, pero...
-Empiezo yo, ya lo sé -respondió sonriendo y tomando el libro mientras yo me convertía en un ovillo entre sus piernas... CONTINUARÁ
29 de julio de 2009
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