16 de noviembre de 2009

ESPUMA DE MAR CAPÍTULO VI, PENÚLTIMO

A la mañana siguiente, tras el desayuno; mientras papá se iba con Antonio a revisar los desperfectos de la casa y a solucionar el tema de las llaves del coche, yo me acerqué hasta la tienda de “Edelmar”. Me sorprendió encontrarla cerrada, cuando eran ya más de las once y ella siempre abría sus puertas puntualmente. Me empiné sobre los pies y pegué el dedo al timbre que había en un lateral, aunque ya suponía que aquella era una tarea inútil, puesto que “Edelmar” no dormía nunca, ni desayunaba ni hacía todas esas cosas en las que los mortales consumimos nuestro tiempo. Harta de esperar y sin saber qué hacer, decidí acercarme hasta la playa, segura de encontrarla allí.

El mar seguía alborotado y revuelto y sólo unos cuantos bañistas se encontraban tumbados en sus toallas tostándose las pieles. Nadie se atrevía a zambullirse en aquellas aguas enloquecidas. Caminé por la orilla hasta alejarme lo suficiente de cualquiera que pudiese oírme y la llamé, flojito primero y a grandes voces después, al ver que mi llamada no obtenía respuesta. Nada. “Edelmar” parecía haberse esfumado. Disgustada, regresé al pueblo. La tienda seguía cerrada.

Papá estaba aparcando el coche frente a la casa de Jacinta cuando llegué.

-Hola, cariño -dijo él sonriente-. Parece que las cosas se van solucionando. En la maleta tenía el otro juego de llaves del coche y Antonio nos enviará a un par de albañiles que taparán las goteras y arreglarán los desperfectos. ¿Te encuentras mal? Te veo triste.

-“Edelmar”, se ha ido -respondí.

-A lo mejor se le inundó la tienda y anda ocupada, como todos -dijo papá, sin prestarle al asunto mayor importancia.

-No. No es eso. A ella el agua no le afecta.

-¿Ah, no? Pues mira qué bien. Oye, ¿qué tal si tú y yo nos vamos hoy a comer por ahí y esta tarde te llevo al cine? Antonio me ha dicho que hay un multisalas a pocos kilómetros de aquí. ¿Te parece?

Le dije que vale, aunque andaba yo con pocas ganas de alejarme del pueblo. Quería saber qué había sido de mi amiga, pero no tenía a quién preguntar, así que decidí seguir el plan propuesto por mi padre.

En honor a la verdad, he de reconocer que papá y yo nos lo pasamos de maravilla aquel día. A mí el cine me gustaba horrores. En el piso de Barcelona tenía un televisor en mi habitación y me tragaba todas las películas, series y miniseries que daban. Prefería las películas de adultos a las de dibujos animados para niños y, en cuanto mamá se cansó de leerme cuentos por las noches, que fue muy pronto, me encendía el televisor y yo me quedaba tan ricamente en la cama disfrutando de todo lo visible en la pequeña pantalla. Muchas veces me aburría y me quedaba dormida enseguida pero, en cuanto me instalaron el vídeo, ya fui feliz. Me iba con la canguro de turno al video club y alquilaba montones de cintas que dejaban a las vendedoras con la boca abierta.

-Son para tus papás, ¿verdad bonita?- Preguntaban incrédulas.

-No, señora. Son para mí -respondía yo desafiante, mientras ellas interrogaban con los ojos a la canguro que, encogiéndose de hombros, se limitaba a pagar el importe del alquiler. A través de las películas aprendí un montón de cosas sobre el comportamiento humano que, de otra forma, hubiese quedado reducido al simple conocimiento de las escasas personas que me rodeaban.


Aquel día, en los multicines, descubrimos dos películas apetecibles, de modo que decidimos obsequiarnos con una sesión doble. Al salir anochecía y papá me hizo notar cuánto se iban acortando los días. Total, sólo eran las ocho y media.

-Eso significa que nuestras vacaciones están acabando, pequeña. Dentro de unos días recogeremos los bártulos y volveremos a la rutina. ¿Lo has pasado bien este verano con el desastre de tu padre? -preguntó sonriéndome a través del retrovisor.

-Mejor que nunca -respondí acercándome a su asiento y pasando mis brazos alrededor de su cuello–. Y no eres ningún desastre, papá. A mí me gustas mucho. Y a “Edelmar” también.

-¿Ah, si? Pues mira qué bien. Bueno es saber que cuento con dos fans a partir de ahora.

-Papá. ¿A ti te gusta ella? -pregunté. Me parecía increíble que mi padre no estuviese requete-enamorado después de la impresión que le había causado el primer día.

-¿Quién?

-“Edelmar”

-Bueno, es una mujer muy guapa, sí.

-¿Y ya está? ¿Sólo guapa? ¿No la encuentras fascinante, inteligente, misteriosa? -dije, empleando los vocablos que aparecían en las películas y que me encantaba utilizar. Papá soltó una carcajada.

-Hija mía, lo tuyo es de cine, de verdad.

-En serio, papá. ¿Por qué no te gusta... más?

-Supongo que no es mi tipo -respondió él, intentando permanecer serio- Es demasiado... Impresionante... Lejana... No sé, a ratos parece desdibujada, como si estando presente, se deshiciera. Me recuerda a... A la espuma del mar, por ejemplo, que es imposible de retener entre las manos... ¿Comprendes?

-Perfectamente, papá -respondí, satisfecha por tener un padre tan inteligente.

Los albañiles habían tapado las goteras y Jacinta había vuelto a dejar la casa en perfectas condiciones. Pero el día siguiente amaneció nublado y papá leyó en el periódico que se avecinaban fuertes tormentas durante la semana. Estábamos ya a veintisiete de Agosto y decidió que lo mejor sería hacer las maletas y volver a casa por aquello de no pillar caravana el último día. Yo creo que la proximidad de nuevos aguaceros lo tenía asustado. Una vez tuvimos todo recogido, fuimos al pueblo a despedirnos. Yo salí disparada hacia la tienda, mientras papá se acercaba a la inmobiliaria para devolver las llaves.