20 de junio de 2009

ESPUMA DE MAR CAPÍTULO III

Papá hacía como que buscaba entre las hileras de libros, aunque se le notaba de lejos por las rápidas ojeadas hacia el rincón de la mecedora, que lo de los libros había sido una simple excusa. Pero ella no estaba allí. Apareció al cabo de unos minutos, de detrás de unas cortinas. Había cambiado la túnica blanca de la mañana por otra de color naranja. Sonriente y silenciosa, se acercó a la estantería y tomando un par de pequeños volúmenes vino hacia mí y me los entregó. Al hacerlo se desprendió de su piel un intenso olor a sal, a agua de mar, extraño, pero muy agradable y fresco. Nadie usaba perfumes salados, que yo supiera. Tenía que preguntárselo a papá.

-¡Mm!... “Cuentos del mar”, -leyó él, acercándose a nosotras– Muy apropiados. No conozco al autor. Claro que yo no entiendo nada sobre cuentos.

Ella, sin dejar de sonreír, detuvo la mirada en el montón que papá traía en las manos.

-¡Oh! Distracción para las vacaciones. -comentó él, intentando hacerse el gracioso- Necesito relajarme y estas viejas novelas de detectives me irán de perlas. Por cierto, Clara, ¿qué tal unas cañas de pescar?... ¿Y esa barquita hinchable?...


Total, cuando salimos a la calle de nuevo, éramos portadores de la mitad de los artículos que había en la tienda. Pero mi padre no había conseguido arrancar ni un suspiro de la hermosa boca de la mujer. Descargamos los bártulos en el coche y regresamos a la pescadería que, a esas alturas, se encontraba llena hasta los topes de parroquianos en busca de pescado fresco para la cena. Tras tan agotadoras compras, papá propuso tomarnos una horchata fresquita en la terraza de una heladería.

-Papá, ¿tú crees que es muda?-

-¿Qué?... ¿Eh?...¿Quién?... -preguntó él, aunque estoy segura que se encontraba pensando en la misma persona que yo.

-Pues ella. La mujer de la tienda. No habla nunca -respondí, dando un gran sorbo que me llenó la boca de zumo de chufa fresquito y dulce.

-Mm, pues no sé, un poco enigmática sí es, la verdad. ¡Mira quién viene por aquí! A lo mejor él nos puede aclarar algo al respecto. -Dijo, mientras se levantaba para saludar a... ¡Oh, no! El hombre de la visera. ¿Es que no había nadie más en todo el pueblo con quien mi padre pudiese conversar? Sin saber por qué, aquel hombre no me gustaba nada.

-Buenas tardes, preciosa -dijo él, soltando la gorra por un momento, para enredarme el pelo de mala manera (ahora sabía por qué no me gustaba) -¡Uf! Parece mentira que pueda hacer tanto calor a estas horas de la tarde- Y volvió a calarse la visera hasta los ojos, a pesar de que en la terraza ya no quedaba ni un miserable hilito de sol. -¿Qué, tomando una horchatita, eh? Bien hecho, bien hecho, las vacaciones son para disfrutarlas. Benditos los que pueden descansar en verano. ¿Todo en orden por la casa? Si necesitan algo, lo que sea, ya sabe que no tiene más que pedírmelo. Estoy a su disposición para lo que precise. Faltaría más.

-Todo anda bien, de momento, -respondió mi padre. -Por cierto, una curiosidad. La dueña de la tienda de artículos de pesca, ¿es muda? Es que hemos ido dos veces hoy a por cosas, y nos tiene intrigados lo silenciosa que resulta.

-Un poco rara sí que es, sí. Pero no le sé decir. Ando todo el día de acá para allá con los terrenos y los alquileres y, la compra-venta de casas, y la verdad, es que no le sé decir. A propósito de mujeres, mañana le enviaré a Jacinta para que le haga la limpieza de la casa, tal como quedamos. ¡Uy! –soltó de repente, arrancándose la gorra de un manotazo -Me marcho, que acabo de ver a una persona que me debe el alquiler de un apartamento y se me escaquea siempre que puede. ¡Hala, a seguir disfrutando!- Y retorciendo la visera con las dos manos, desapareció por una esquina.

A pesar de lo bien que se nos había dado el día, la primera cena en la casa resultó un desastre, ya que, por muy fresco que estuviese el pescado, la buena voluntad no bastó para prepararlo de una forma apetecible. Nuestra primera duda apareció antes de cocinarlo. ¿Cómo limpiarlo? Bajo el grifo, naturalmente. ¿Con poco aceite o mucho? Decidimos que media sartén bastaría. Con el aceite a medio calentar, a papá le asaltó una urgencia inesperada y me advirtió que no me acercase a los fogones, que él iba al baño y volvía enseguida, pero cuando lo hizo, una gran humareda impedía distinguir siquiera dónde se encontraba la sartén. Soltó los dos animales dentro del aceite hirviendo y aquello se convirtió en una falla valenciana. Mientras papá gritaba pidiendo una toalla, imaginé lo peor.

Veía la casa ardiendo por los cuatro costados y a nosotros otra vez metidos en la mini habitación 1015, soportando al monstruo de la visera. Por suerte, mi padre consiguió sofocar el fuego a tiempo y sólo resultó dañada la toalla, que fue a parar a la basura con un agujero mayor que el de la capa de ozono.

Una vez la cena en el plato, nos dimos cuenta de que al pescado es mejor sacarle las tripas antes de cocinarlo, pues de lo contrario resulta bastante repugnante. Le dimos unos cuantos bocados, por pura hambre, y papá decidió que lo mejor sería hablar con la tal Jacinta al día siguiente por si la mujer, aparte de la limpieza, se avenía a cocinar para nosotros.

Tras la “cena”, decidimos bajar un ratito a la playa a matar las penas. Tomamos asiento cerca de la orilla y, mientras mi padre se entretenía lanzando piedras al mar, yo me tumbé boca arriba para contemplar las estrellas. Había un montón, muchísimas más que en Barcelona. Papá dijo que eso era porque la polución lumínica no nos permitía observarlas pero que, de hecho, había las mismas. Luego señaló la luna y dijo que estaba en cuarto creciente, porque tenía la barriga a la derecha y que, en pocos días, la veríamos crecer hasta hacerse redonda como un globo.

De repente, sin saber por qué, volví la cabeza hacia mi izquierda en dirección al pueblo y, recortándose contra las luces del fondo, distinguí una larga y estilizada silueta andando por la orilla, casi fundida con las olas, que empezaba a resultarme muy familiar. Con el codo advertí a papá, señalando hacia donde ella se encontraba.

-“Edelmar” -dijo mi padre en un susurro– Le sienta bien el nombre, ¿no crees?

-“Edelmar” -respondí, asintiendo -Me gusta....

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