21 de mayo de 2009

"ESPUMA DE MAR" Capítulo II

Papá se quedó plantado ante la puerta de la casa, con las llaves en la mano, incapaz de reaccionar y con mirada de zombie. Yo, más habituada que él a los desengaños con que nos suele obsequiar la vida, me lancé camino abajo a todo correr hasta dar con la orilla del mar. Allí me quité las sandalias nuevas que mamá había traído de Florencia en primavera, sumergí los pies en el agua transparente y me senté frente a aquella inmensidad marina para meditar sobre mi pequeña vida.

Tenía un mes por delante para intentar conquistar a mi padre y demostrarle que, servidora, era algo más que un parásito pegado a él para los restos. Una casa que, aunque no fuese ninguna maravilla, serviría para acogernos en su regazo durante las horas de intenso calor y las noches sofocante. Un jardín grande en el que perderme cuando él necesitase estar solo y, además, una playa inmensa llena de guijarros de distintos colores inundada de agua aterciopelada y cálida, aunque con alguna cagarrutilla flotante, ahora que la observaba con detenimiento. Pero eso carecía de importancia para mí en aquellos instantes en que, por primera vez en mi vida, comenzaba a creer que ésta podía tener algún sentido y notaba un cosquilleo inquieto en el estómago con algo parecido a lo que podría considerarse una inminente señal de felicidad. Nada ni nadie iba a estropearlo, de eso estaba bien convencida.


Animada por estas nuevas y desconocidas sensaciones, me calcé las sandalias de nuevo y regresé a la casa decidida a consolar al autor de mis días que, con toda seguridad, se encontraría llorando sus miserias en algún rincón polvoriento, agarrado a las telarañas.

La puerta estaba abierta y a mi padre no se le veía por parte alguna, cuando me pareció oírle conversar. ¡Jo, el pobre estaba peor de lo que yo suponía! Acostumbrada a pasar lo más desapercibida posible, me aposté junto a la entrada del comedor y agucé el oído...


Continuará...

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