24 de noviembre de 2009

ESPUMA DE MAR CAPÍTULO VI Y ÚLTIMO

Empujé el portón de madera que, felizmente, cedió.
“Edelmar”, contra su costumbre, vestía una túnica gris con destellos plateados que jamás le había visto antes, aunque recordé que tenía el mismo color del mar aquel día. Claro, no podía ser de otra forma. Sentada en su mecedora, me recibió con una ancha sonrisa.

-Buenos días, Clara.

-Hola. ¿Qué te pasó ayer? Te busqué, pero no estabas.

-Un amigo muy querido se dañó contra las rocas y tuve que acudir a lamerle las heridas.

-¿Está bien ahora?

-Perfectamente. ¿Y tú?

-Un poco triste. Volvemos a casa y ya no podré venir a hablar contigo, ni me leerás más cuentos, ni me contarás esas historias tan bonitas que sabes.

“Edelmar” me tomó de la mano y me sentó en su regazo, acariciándome con suavidad mientras hablaba.

-Siempre podrás hablar conmigo. Donde haya mar, allí estaré. Y tú sabes lo que ocurre cuando lees. La magia de los cuentos es infinita. Nunca dejes de leer, ahora que ya sabes cómo hacerlo. En cuanto a las historias, creo que con el tiempo tú misma aprenderás a contarlas. Escríbelas y yo las leeré a los niños que entren en la tienda.

-¿De verdad? Eso sería fantástico.

La abracé y hundí mi cabeza en sus salados cabellos. Ella me besó y así permanecimos hasta que papá vino a buscarme.


EPÍLOGO

Durante el camino de regreso a casa pensé mucho en las últimas palabras de “Edelmar”. Y seguí pensando en ellas en los años que siguieron.

Mamá se cansó pronto de Lucy y, aunque no volvió jamás a vivir con nosotros, nos veíamos con frecuencia durante el año, siempre que sus colecciones se lo permitían, por supuesto. Papá y yo aprendimos a querernos y respetarnos el uno al otro a partir de aquel verano tan especial. En cuanto a mí, procuraba acercarme siempre que podía al mar, aunque las canguros protestasen y permaneciesen despotricando medio muertas de frío, envueltas en abrigos y largas bufandas durante el invierno.

Leí muchísimo aquel año y los que siguieron. Y empecé a escribir. Al principio con timidez, sin atreverme a prestar a nadie mis cuentos para su lectura pero, un día, papá me pidió permiso para leer uno de ellos y al devolvérmelo me abrazó y me animó a seguir. No he dejado de hacerlo desde entonces y él siempre es el primero en darme su opinión, excepto con éste, que guardo oculto en el altillo de mi armario, metido en una hermosa caja de color azul mar.

No puedo descubrir ante nadie un secreto que prometí mantener oculto. Aunque quién sabe, quizá un día “Edelmar” me dé permiso para llevarlo a su tienda y entonces su secreto deje de serlo.

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