22 de julio de 2009

ESPUMA DE MAR CAPÍTULO IV. Y SEGUIMOS...

Con papá me lo estaba pasando en grande y conocía lo suficiente a mi madre como para saber que, en cuanto llegase, empezarían las discusiones y papá se pondría de mal humor. Y eso en el mejor de los casos. Lo peor sería que me quisiera llevar con ella. Conocía a Lucy, su amiga, y no me caía nada bien. Era una persona horrible, que me miraba como si yo fuese un bicho raro y le decía a mi madre que yo era su “penitencia” y que le tocaría cargar conmigo de por vida, que eso era el resultado de acostarse con un hombre, y un montón de cosas más que yo había escuchado por teléfono una tarde en la que, aburrida, descolgué el inalámbrico. La sola idea de pasar con ella el resto de las vacaciones me llenaba de terror, porque además eran inseparables.

-Sí, hija, sí. Me llamaba desde el aeropuerto de Atenas. Mañana las tenemos aquí -respondió papá, con los hombros encogidos y las cejas tan arrugadas como las puntillas de los huevos fritos de Jacinta.

-Pero si no caben... -solté yo en un intento de impedir que sucediese lo irremediable.

-Claro que no, pero el pueblo está lleno de hotelitos. Menuda es tu madre. Eso no le va a impedir tocarnos las pelotas, que es lo que se propone.

Ojalá le toque la habitación 1015, pensé. Con lo tiquismiquis que es mi madre, allí no aguanta ni dos días.

-Bueno. Yo, si no les importa, me marcho -dijo Jacinta con un hilo de voz, preocupada por la que había liado.

-Venga, que la llevo al pueblo -respondió papá.

-No, por mí no se preocupe, que me voy andando. Que el médico me ha dicho que me conviene andar -dijo ella.

-¿Cómo se va a ir andando hasta el pueblo? Quite, quite, que en el coche es un momento, mujer. Y no le dé más vueltas, que no es culpa suya -respondió mi padre cogiendo las llaves- ¿Te vienes, Clara?

Por supuesto. Me moría de ganas de visitar a “Edelmar” y contarle lo del “naufragio” para ver qué cara ponía.

Cuando llegamos, dejé a papá frente a una horchata doble, y me encaminé hacia mi tienda preferida. Comenzaba a anochecer en el pueblo. Ella, como si me estuviese esperando, se inclinó hacia mí en cuanto entré y me envolvió en un cálido abrazo. Llevaba una túnica azul oscuro y su olor a mar era más intenso que nunca. Sin palabras, me condujo hasta el taburete frente a su mecedora.

-¿Estás bien?- susurró con aquella voz suya tan peculiar.

-Estupendamente. Pero, ¿cómo lo sabes? -respondí sorprendida, pues por el tono de su pregunta me di cuenta de que estaba al tanto de todo.

-Sé todo lo que ocurre en el mar... Es mi vida... ¿Te apetece que leamos un poco? -dijo, abriendo el libro que tenía entre las manos. Era el de siempre, por supuesto. Bueno, después de tanto insistir, ¿por qué no?, pensé.

-Vale, pero empieza tú -le dije.

Y me contó una historia como yo no había oído jamás. Mezclaba pedacitos de lectura y el resto lo hacía de memoria. Sabía dar voz a los peces y a las estrellas de mar. De sus labios me llegaba el sonido de las olas y el silencio de los fondos marinos. Me llevó de la mano más allá de aquella tiendecita de artículos de pesca, para sumergirme en un mundo de misterio y maravilla, que me dejó regusto a sal y ganas de seguir escuchando para el resto de mis días.

La campanilla de la puerta me sobresaltó. Papá avanzaba hacia nosotras, tímidamente, mientras la voz de “Edelmar” se apagaba para dar paso a una ancha sonrisa.

-Clara, tenemos que volver a casa. Ya es muy tarde -dijo, tomándome de la mano y, dirigiéndose a “Edelmar” apuntó: –Espero que la niña no la haya molestado.

Ella inclinó la cabeza, envuelta en aquellos rizos suyos tan espectaculares y, sin dejar de sonreír, se encaminó hacia la puerta.

-Hasta mañana. ¿Puedo volver? -le pregunté.

Edelmar cabeceó con suavidad, afirmando.

Llegué a casa medio dormida, habiendo olvidado por completo las visitas del día siguiente y sin responder a papá cuando me preguntó si, por fin, “Edelmar” hablaba.

21 de julio de 2009

ESPUMA DE MAR CAPÍTULO IV, CONTINUACIÓN

-¡Papá, papá! ¡Despierta! ¡Papá, por favor, levántate! -gritaba yo, asustada. Con fuerza le empujé por los hombros y, cuando estuvo boca arriba, pude observar cómo una sonrisa le curvaba los labios de oreja a oreja, aunque parecía todavía dormido o (no quería pensarlo) ¡MUERTO! Pero me parecía a mí, por las películas, que los muertos no se ríen jamás y eso me tranquilizó. Poco a poco empezó a abrir los ojos y, al verme, dejó de sonreír y se puso en pie de un salto.

-¡Clara, pequeña! ¿Estás bien?

-Creo que sí -respondí.

-No sé qué ha pasado. Te tenía cogida cuando, de repente. te has soltado y, luego... Ha sido todo tan extraño... Como si alguien tirase de mí hacia fuera, con cuidado, con mucho cuidado... Y... No sé... Era tan agradable...

-Como si te abrazasen...

-Exacto... Bueno, está visto que lo nuestro no es la navegación, hija mía. A partir de mañana, nos dedicamos a la pesca y desde la orilla. Anda, vámonos, que por hoy ya hemos tenido bastante.

Al llegar a casa Jacinta nos tenía preparadas un montón de suculencias pero nosotros, con el susto que llevábamos encima, picoteamos un poco y nos fuimos a acostar. A la pobre mujer le contamos por encima la “aventura”, para que entendiese nuestra desgana no como un desprecio, sino como el resultado de una indigestión de agua salada y ella, en su papel de protectora y poniendo unos ojos como platos, nos mandó a la cama con una taza de tila para cada uno.

No escuché el sonido del móvil y papá tampoco, porque tan pronto como nos metimos en la cama, caímos en una especie de limbo del que resucitamos al cabo de tres horas largas. Jacinta, que en vista de lo sucedido, aguardó a que despertáramos para asegurarse de que todo iba bien, nos contó que la “Señora” había llamado y se había quedado muy preocupada al enterarse de lo del “naufragio”.

-Pero, por Dios Jacinta, ¿cómo se le ha ocurrido contárselo? -dijo mi padre escandalizado.

-Pues verá, la “Señora” me preguntó dónde estaban y cuando le dije que durmiendo, se extrañó por la niña, porque a estas horas no es normal, dijo. Y yo le dije, hombre es que después del susto que hemos tenido... Y ella dijo...

-Mire, no me interesa lo que dijo y dijeron -respondió papá, sulfurado- Lo malo es que ella, que no ha llamado en tres meses, lo haya hecho precisamente hoy y que usted le haya contado lo sucedido y, encima, lo haya llamado “naufragio”.

-Es que es lo que ha sido, usted perdone -zanjó Jacinta, haciéndose la ofendida.

-Bueno, vale, vale. No discutamos más. A lo hecho, pecho. Y además... -mi padre no acabó la frase al oír que sonaba el teléfono. –Lo que me temía... ¿Sí?... ¿Diga?... ¿Cómo?... ¿Qué tú, qué?... Ah, no. Ni hablar... ¡Que no, coño, que te quedes donde estás!... -Papá se quedó mirando el teléfono, y luego a nosotras-. Ha colgado, la muy... Y lo que es peor, que se viene para aquí.

-¿Va a venir mamá?- pregunté, con el corazón encogido...